jueves, 4 de enero de 2018


 
                      FELIZ Y SANTA NAVIDAD A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD


Confieso que tengo muy abandonado este blog que, coincidiendo con mi jubilación, inicié como una vía diferente de expresar los sentimientos de mi nueva situación.

Y el abandono no ha sido propiciado por la falta de eventos y acontecimientos durante este tiempo; al contrario: ha sido tal cúmulo, que su rápida sucesión puede haberme inclinado a usar esa hodierna vía rápida de comunicación que es twitter. Aquí sí he participado activamente logrando, en un tiempo relativamente breve, la cifra de 390 followers y contándose varios miles mi participación.

Twitter es un medio de comunicación tan veloz, que trae a colación todos y cada uno de los hechos que están acaeciendo en tiempo real, que te va absorbiendo paulatinamente; y, sí, es cierto, es un vehículo ideal para estar al día y participar de inmediato dejando tu opinión, pero, quizá absorba de tal forma que nos impida una reflexión más honda y sosegada del acontecer.

En sucesivas entradas iré desgranando mis comentarios sobre la variopinta realidad y sobre los hechos acaecidos, unas veces desgarradores -golpe de Estado 'constitucional' del separatismo catalán- otras más amenos y deportivos.
Saludos cordiales,
Román Encabo

viernes, 14 de octubre de 2016

MENSAJE DEL PAPA EN JORNADA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN



 El texto completo del mensaje del Papa Francisco:
Al Profesor José Graziano da Silva
Director General de la FAO
Muy ilustre Señor:
1. El que la FAO haya querido dedicar la actual Jornada Mundial de la Alimentación al tema «El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura también», nos lleva a considerar la dificultad añadida que supone para la lucha contra el hambre la presencia de un fenómeno complejo como el del cambio climático. Con el fin de hacer frente a los retos que la naturaleza plantea al hombre y el hombre a la naturaleza (cf. Enc. Laudato si', 25), me permito ofrecer algunas reflexiones a la consideración de la FAO, de sus Estados miembros y de todas las personas que participan en su actividad.
¿A qué se debe el cambio climático actual? Tenemos que cuestionarnos sobre nuestra responsabilidad individual y colectiva, sin recurrir a los fáciles sofismas que se esconden tras los datos estadísticos o las previsiones contradictorias. No se trata de abandonar el dato científico, que es más necesario que nunca, sino de ir más allá de la simple lectura del fenómeno o de la enumeración de sus múltiples efectos.
Nuestra condición de personas necesariamente relacionadas y nuestra responsabilidad de custodios de la creación y de su orden, nos obligan a remontarnos a las causas de los cambios que están ocurriendo e ir a su raíz. Hemos de reconocer, ante todo, que los diferentes efectos negativos sobre el clima tienen su origen en la conducta diaria de personas, comunidades, pueblos y Estados. Si somos conscientes de esto, no bastará la simple valoración en términos éticos y morales. Es necesario intervenir políticamente y, por tanto, tomar las decisiones necesarias, disuadir o fomentar conductas y estilos de vida que beneficien a las nuevas y a las futuras generaciones. Sólo entonces podremos preservar el planeta.
Las acciones que hay que realizar han de estar adecuadamente planificadas y no pueden ser el resultado de las emociones o los motivos de un instante. Es importante programarlas. En este cometido, las instituciones, llamadas a trabajar juntas, tienen un papel esencial, ya que las acciones individuales, si bien son necesarias, sólo son eficaces si se integran en una red compuesta de personas, entidades públicas y privadas, estructuras nacionales e internacionales. Esta red, sin embargo, no puede quedar en el anonimato; esta red tiene el nombre de fraternidad y debe actuar en virtud de su solidaridad fundamental.

 2. Todas las personas que trabajan en el campo, en la ganadería, en la pesca artesanal, en los bosques, o viven en zonas rurales en contacto directo con los efectos del cambio climático, experimentan que, si el clima cambia, también sus vidas cambian. Su diario acontecer se ve afectado por situaciones difíciles, a veces dramáticas, el futuro es cada vez más incierto y así se abre camino la idea de abandonar casas y afectos. Prevalece una sensación de abandono, de sentirse olvidados por las instituciones, privados de la ayuda que puede aportar la técnica, así como de la justa consideración por parte de todos los que nos beneficiamos de su trabajo.
De la sabiduría de las comunidades rurales podemos aprender un estilo de vida que nos puede ayudar a defendernos de la lógica del consumo y de la producción a toda costa; lógica que, envuelta en buenas justificaciones, como el aumento de la población, en realidad sólo busca aumentar los beneficios. En el sector del que se ocupa la FAO está creciendo el número de los que piensan que son omnipotentes y pueden pasar por alto los ciclos de las estaciones o modificar indebidamente las diferentes especies de animales y plantas, provocando la pérdida de esa variedad que, si existe en la naturaleza, significa que tiene -y ha de tener- una función. Obtener una calidad que da excelentes resultados en el laboratorio puede ser ventajoso para algunos, pero puede tener efectos desastrosos para otros. Y el principio de precaución no es suficiente, porque muy a menudo se limita a impedir que se haga algo, mientras que lo que se necesita es actuar con equilibrio y honestidad. Seleccionar genéticamente un tipo de planta puede dar resultados impresionantes desde un punto de vista cuantitativo, pero, ¿nos hemos preocupado de las tierras que perderán su capacidad de producir, de los ganaderos que no tendrán pastos para su ganado, y de los recursos hídricos que se volverán inutilizables? Y, sobre todo, ¿nos hemos preguntado si -y en qué medida- contribuirán a cambiar el clima?
Por tanto, no precaución, sino sabiduría. Esa que los campesinos, los pescadores, los ganaderos conservan en la memoria de las generaciones, y que ahora ven cómo está siendo ridiculizada y olvidada por un modelo de producción que sólo beneficia a pequeños grupos y a una pequeña porción de la población mundial. Recordemos que se trata de un modelo que, con toda su ciencia, consiente que cerca de ochocientos millones de personas todavía pasen hambre.

3. La cuestión se refleja directamente en las emergencias diarias que las instituciones intergubernamentales, como la FAO, están llamadas a afrontar y tratar, conscientes de que el cambio climático no pertenece exclusivamente a la esfera de la meteorología. No podemos olvidar que es también el clima el que contribuye a que la movilidad humana sea imparable. Los datos más recientes nos dicen que cada vez son más los emigrantes climáticos, que pasan a engrosar las filas de esa caravana de los últimos, de los excluidos, de aquellos a los que se les niega tener incluso un papel en la gran familia humana. Un papel que no puede ser otorgado por un Estado o por un estatus, sino que le pertenece a cada ser humano en cuanto persona, con su dignidad y sus derechos.
Ya no basta impresionarse y conmoverse ante quien, en cualquier latitud, pide el pan de cada día. Es necesario decidirse y actuar. Muchas veces, también en cuanto Iglesia Católica, hemos recordado que los niveles de producción mundial son suficientes para garantizar la alimentación de todos, a condición de que haya una justa distribución. Pero, ¿podemos continuar todavía en esta dirección, cuando la lógica del mercado sigue otros caminos, llegando incluso a tratar los productos básicos como una simple mercancía, a usar cada vez más los alimentos para fines distintos al consumo humano, o a destruir alimentos simplemente porque son muchos y se buscan más las ganancias, en vez de atender a las necesidades? En efecto, sabemos que el mecanismo de la distribución se queda en teoría si los hambrientos no tienen un acceso efectivo a los alimentos, si siguen dependiendo de la ayuda externa, más o menos condicionada, si no se crea una relación adecuada entre la necesidad alimenticia y el consumo y, no menos importante, si no se elimina el desperdicio y se reducen las pérdidas de alimentos.
Todos estamos llamados a cooperar en este cambio de rumbo: los responsables políticos, los productores, los que trabajan en el campo, en la pesca y en los bosques, y todos los ciudadanos. Por supuesto, cada uno en sus ámbitos de responsabilidad, pero todos con la misma función de constructores de un orden interno en las Naciones y un orden internacional, que consienta que el desarrollo no sea solo prerrogativa de unos pocos, ni que los bienes de la creación sean patrimonio de los poderosos. Las posibilidades no faltan, y los ejemplos positivos, las buenas prácticas, nos proporcionan experiencias que se pueden seguir, compartir y difundir.

4. La voluntad de actuar no puede depender de las ventajas que se puedan obtener, sino que es una exigencia que está unida a las necesidades que surgen en la vida de las personas y de toda la familia humana. Necesidades materiales y espirituales, pero en cualquier caso reales, que no son el resultado de la decisión de unos pocos, de las modas o de estilos de vida que convierten a la persona en un objeto, a la vida humana en un instrumento, incluso de experimentación, y a la producción de alimentos en un mero negocio económico, al que hay que sacrificar hasta el alimento disponible, cuya finalidad natural es conseguir que todo el mundo tenga cada día una alimentación suficiente y saludable.
Estamos muy cerca de la nueva fase que convocará en Marrakech a los Estados Miembros de la Convención sobre el Cambio Climático para poner en práctica sus compromisos. Creo interpretar el deseo de muchos al pedir que los objetivos recogidos en el Acuerdo de París no queden en bellas palabras, sino que se concreten en decisiones valientes para que la solidaridad no sea sólo una virtud, sino también un modelo operativo en la economía, y que la fraternidad ya no sea una simple aspiración, sino un criterio de gobernabilidad nacional e internacional.
Estas son, Señor Director General, algunas reflexiones que quisiera hacerle llegar en este momento en el que se avecinan preocupaciones, agitaciones y tensiones causadas también por la cuestión del clima, que está cada vez más presente en nuestra vida cotidiana y que grava, ante todo, sobre las condiciones de vida de muchos de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables y marginados. Que el Todopoderoso bendiga sus esfuerzos al servicio de toda la humanidad.
- Vaticano, 14 de octubre de 2016

CONFERENCIA DE MONS. PIETRO PAROLIN SOBRE PABLO VI, EN LA CEE

Conferencia de Pietro Parolin

El secretario de Estado vaticano vincula el mensaje por la paz de Bergoglio al lanzado por Montini

"Al igual que Pablo VI, Francisco está convencido de que el Evangelio habla a todos los hombres"

"Fue el primer Papa moderno, el Papa del diálogo, el Papa maestro y testigo", afirma Parolin


Texto de la conferencia

El magisterio y el ministerio del Papa Pablo VI sobre la paz
 
1. Introducción 
En el momento de dirigirme a este auditorio, deseo manifestar la alegría de encontrarme aquí con todos ustedes, queridos Sr. cardenal presidente y miembros de la Conferencia Episcopal Española, para participar en el Congreso sobre la figura de Pablo VI con motivo del 50 aniversario de la constitución de esta misma Conferencia Episcopal, cuyos estatutos fueron aprobados por el papa Montini en 1966. Les agradezco de corazón su invitación y les saludo con todo el afecto fraterno, también en nombre del papa Francisco, con la esperanza de que mi presencia en esta importante conmemoración para la querida Iglesia en España sirva para estrechar aún más los lazos con la Sede Apostólica.
En un artículo aparecido en internet se nos interrogaba: «¿Hay un título con el que sea posible expresar el rol de Pablo VI en la historia de la Iglesia?» Y se respondía: «El patriarca de Constantinopla Atenágoras, cuando el 5 de enero de 1964 encontró al papa en Tierra Santa, no dudó en definirlo "Pablo II", porque apreciaba una afinidad muy estrecha entre el Apóstol de los Gentiles y Pablo VI. Redescubriendo el gran valor de Pablo VI, se le podría definir como el "primer papa moderno". Y todavía: el papa del diálogo, el papa del Concilio Vaticano II, el papa del ecumenismo, el papa peregrino, el papa de la civilización del amor,  el papa defensor de la vida, el papa del tiempo futuro, el papa experto en humanidad, el papa de la paz, el papa de la alegría, el papa maestro y testigo, el papa enamorado de Cristo y de la Iglesia. Una persona particularmente cercana a él, así resume su vida. "Puedo afirmar su característica de ser siempre un servidor. Servidor de Cristo y del hombre; servidor en el Concilio Vaticano II y en su empeño de aplicarlo; servidor constante, audaz y prudente de la actualización de la Iglesia; servidor en sus viajes apostólicos, en su compromiso por la paz, en su tensión ecuménica; servidor en la defensa de la fe a través la solemne profesión de fe conocida como el ‘Credo de Pablo VI'; servidor en sus encíclicas, en sus discursos, en todo su magisterio; servidor humilde, siempre disponible y generoso en sus obras de caridad"».
Obviamente, no es posible entrar, en una exposición, en todos los múltiples y complejos aspectos apenas evocados de la figura y de la obra de Pablo VI; algunos de ellos serán afrontados y profundizados en el curso de este Simposio, ya sea en términos generales, ya sea sobre todo en referencia a las relaciones entre Pablo VI y la Iglesia en España. A mí me ha parecido importante ofrecer una pequeña aportación sobre el tema del servicio de Pablo VI en favor de la paz -el magisterio y el ministerio de Pablo VI sobre la paz-, sea por la relevancia del argumento en sí mismo, sea por su perenne actualidad (dan fe de ella las palabras pronunciadas por el papa Francisco durante el reciente viaje apostólico a Azerbaiyán), y también por su especial conexión con el servicio que presto al santo padre como secretario de Estado.
 
2. Ministerio papal y unidad del género humano: el viaje a la ONU 
«Jamais la guerre». Pablo VI ha repetido muchas veces este grito apasionado en el discurso pronunciado el 4 de octubre de 1965, con ocasión de la primera visita de un papa a la sede de la ONU. Desde el principio del pontificado, su empeño por la paz ha sido muy intenso. Indudablemente, el beato Giovanni Battista Montini ha heredado la insistencia sobre este tema de su predecesor, Juan XXIII, particularmente evidente después de la crisis de Cuba y la publicación de Pacem in terris. Pero su reflexión sobre este tema respondía a convicciones profundas, que vieron la luz con anterioridad y que tuvieron un carácter propio y original.
Con ocasión de la Primera Jornada Mundial por la Paz, por él instituida el 1 de enero de 1968 -mientras emergía el peligro de una creciente difusión de la bomba de hidrógeno- fue el mismo Pablo VI quien hizo notar que en su magisterio se recurría a la palabra paz con frecuencia. Pero no con el propósito de continuar la moda de los "tiempos que corren", como si fuera un precio pagado por la Iglesia para ser aceptada por el mundo. Los "tiempos que corren" tenían seguramente que ver con el sentido amplio de esta expresión, pero tenían también un cariz distinto porque para "naciones enteras" y para "gran parte de la humanidad" la paz estaba gravemente amenazada. La Iglesia, afirmó en la primera entrevista concedida por un papa, «quiere llegar a ser poliédrica -como repite hoy el papa Francisco- para pensar mejor el mundo contemporáneo» y para responder mejor a sus preguntas más profundas y urgentes, como la de la paz. Y, en particular, subrayó entonces Pablo VI, no queremos jamás que «nos sea echado en cara por Dios o por la historia haber guardado silencio ante el peligro de una nueva conflagración entre los pueblos», que hubiera sido «terriblemente apocalíptica».
Sus múltiples exhortaciones a la paz y sus muchas acciones concretas para promocionarla manifestaban por encima de todo un profundo sentido de responsabilidad. El primer motivo aducido por Pablo VI para explicar su insistencia por la paz era de hecho «nuestro deber de pastor universal», la responsabilidad que se derivaba de su altísimo oficio. Él se remitía en este sentido a la larga historia del papado y en particular a aquellos pronunciamientos que, primero en la Europa moderna y contemporánea, y luego en todo el horizonte mundial, empujaron al obispo de Roma a asumir cada vez más el perfil de "padre común" de todos los pueblos. Sobre estas raíces, en el curso del siglo XX, de Benedicto XV a Juan XXIII -y este empuje continúa hasta nuestros días- el papa se ha convertido en "un hombre de paz" cada vez más reconocido y escuchado a nivel mundial tanto por los no católicos como por los no creyentes. El beato Montini conocía bien esta evolución de la figura del papa y por ello ligaba directamente su compromiso por la paz a su responsabilidad como "pastor de las gentes". En esta misma línea se coloca también su defensa de la diplomacia vaticana en los años en que esta era fuertemente contestada. No por casualidad a este papa se le debe la reflexión más completa, en tiempos recientes, sobre la naturaleza y funciones de dicha diplomacia, sobre todo, como diplomacia de paz.
Se debe colocar también en esta perspectiva el audaz gesto de su participación, en 1965, en la Asamblea general de la ONU, acontecimiento inédito en la tradición del papado. Algunos meses después, el papa explicó que con aquel viaje «la Iglesia, en cierto sentido, había salido de sí misma para encontrarse con los hombres de nuestro tiempo». En Nueva York Pablo VI se presentó de manera humilde, no como maestro y sin la pretensión de imponer su enseñanza, poniéndose, en cambio, al servicio de todos los países del mundo, en su mayor parte representados en dicha sede. De hecho, el papa subrayó sobre todo su figura de máximo representante de una gran realidad internacional, protagonista de una larga historia y, por ello, rica de una gran experiencia de humanidad. No hizo hincapié en su autoridad de líder religioso, sino sobre la autoridad moral en cuanto que heredero de esta larga historia. «Somos antiguos», escribió en la primera redacción de un discurso preparado por él mismo y solo posteriormente sometido a la revisión de la Secretaría de Estado, del teólogo de la Casa Pontificia y de otros. Pablo VI quiso presentar a la Iglesia como una comunidad de pueblos creyentes que no tiene otros intereses que los de la paz y el crecimiento de la humanidad. En Nueva York habló de las  Naciones Unidas como de una organización que «refleja de alguna manera en el ámbito temporal lo que nuestra Iglesia católica quiere ser en el campo espiritual: única y universal". De hecho, era profundo el vínculo -explicó el papa- entre la Iglesia que él representaba y todo el género humano. Al inicio de Lumen gentium, aprobada en la Asamblea conciliar del mes de octubre del año precedente, se lee, de hecho: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo o instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano».
El tema de la unidad del género humano, por otro lado, ya había sido puesto en evidencia por sus predecesores, en particular por Pío XII durante la segunda guerra mundial; en aquellos años era muy notorio el argumento en reputados católicos como Giorgio La Pira, Joseph Ratzinger y Edward Schillebecx. Tal unidad no debía ser entendida solo como un dato de hecho fundamental, sino como una misión que realizar, y, llevando a Nueva York un mensaje dirigido a todo el mundo, Pablo VI estaba convencido de cumplir con un deber estrechamente ligado a su ministerio. El mensaje de la paz constituye de hecho un aspecto específico del más amplio servicio al Evangelio que compete a todo sucesor de Pedro. La paz, afirmó Pablo VI, se encuentra «en el gen de la religión cristiana»; es más, «para el cristiano, proclamar la paz es anunciar a Jesucristo», que «ha culminado la reconciliación universal», y «nosotros, sus seguidores, estamos llamados a ser "operadores de la paz" (Mt 5, 9)». Al mismo tiempo, no se trataba de una posesión exclusiva de los creyentes. La iniciativa por él asumida de instituir la Jornada Mundial por la Paz no tenía de hecho un carácter confesional. Al contrario, como dijo el 1 de enero de 1968, la Iglesia católica pretendía únicamente «lanzar la idea», esperando que fuese acogida por todos «los verdaderos amigos de la paz», ya que la paz es «la única verdadera referencia del progreso humano».

 
3. Humanismo conciliar y opción por los pobres, Populorum progressio y guerra del Vietnam 
El discurso en la ONU revela una fuerte impronta humanista: subrayar la unidad del género humano significa también pronunciarse sobre la misma identidad del hombre y sobre la universalidad que hermana a todos los hombres. El enfoque humanista de la Iglesia fue confirmado por Pablo VI pocos meses después, en el discurso conclusivo del Vaticano II. El papa veía en el intenso trabajo completado por los padres conciliares una respuesta al desafío lanzado a la Iglesia por parte del humanismo laico. No se había producido «un desencuentro, una lucha, una condena»: es más, «la antigua historia del samaritano ha sido el paradigma de la espiritualidad del Concilio. Una inmensa simpatía lo ha penetrado en su totalidad». Y añadía: «al menos dadle mérito a esto, vosotros, humanistas modernos; también a nosotros, a nosotros más que a todos, nos apasiona el hombre».
 
En esta clave humanista Pablo VI tejió de manera estricta su compromiso por la paz y el amor por los pobres. El tema de la "preferencia" por los pobres ha atravesado profundamente el Vaticano II, aunque emerge  de manera explícita solo en algunos pasajes de los documentos aprobados por el Concilio. Es de sobra conocida, en este terreno, la expresión joánica «Iglesia de todos y en particular de los pobres». Pero, como han subrayado estudios recientes, también Pablo VI dedicó gran atención a este tema en los años del Concilio. En su magisterio se encuentran a este propósito expresiones profundas y penetrantes; fue él quien solicitó al Card. Lercaro reflexiones y propuestas sobre esta temática y una particular sensibilidad sobre esta cuestión fue puesta en evidencia por Pablo VI con el gesto de la renuncia a la tiara para darla a los pobres. Se coloca además sobre esta misma línea el viaje a la India de 1964, donde fue acogido por más de cuatro millones de personas. Entre los argumentos principales de aquel viaje -además del diálogo ecuménico, del diálogo intercultural desarrollado a través del encuentro con la sabiduría y la religiosidad del subcontinente indio y el empeño por la justicia social- estuvo también el de la paz. En India lanzó la propuesta de un Fondo Mundial para las naciones subdesarrolladas. «Cada nación, cultivando pensamientos de paz y no de aflicción y de guerra ponga a disposición una parte, al menos, de las sumas destinadas a armamento para construir un gran fondo mundial dirigido a atender las muchas necesidades de nutrición, de vestido, de vivienda, de atención médica...». En el inicio de 1967, Pablo VI instituyó un nuevo dicasterio, la Pontificia Comisión Justitia et Pax -posteriormente convertida en Pontificium Consilium de Iustitia et Pace- para constituir de manera permanente y estructural el compromiso de la Santa Sede y de la entera Iglesia católica por la justicia social y por la paz mundial.
Estos diversos elementos -ministerio universal del papa y unidad de la familia humana, impulso humanista y preferencia por los pobres, diálogo con el mundo y nuevo rol de la Iglesia, justicia social y compromiso por la paz- confluyeron en la gran e innovadora encíclica Populorum progressio, cuya larga preparación comenzó en 1963 para llegar finalmente a su publicación en el 1967, el mismo día de Pascua: alguien habló entonces de «encíclica de la Resurrección». Después de la Conferencia de Ginebra sobre el Comercio y el Desarrollo de 1964, el P. Lebret, que participó en dicha Conferencia en representación de la Santa Sede, recibió del papa el encargo de confeccionar el texto base de la futura encíclica, que, aun gozando de un rico análisis histórico, social y económico, debía ser una "carta", no un tratado científico. Con esta encíclica Pablo VI trazó las líneas maestras de un nuevo "humanismo planetario", recogidas por Juan Pablo II en el vigésimo aniversario de Populorum progressio con Sollicitudo rei socialis, y por Benedicto XVI, con ocasión del cuadragésimo aniversario, con la Caritas in veritate. El beato Giovanni Battista Montini supo interpretar con lucidez y oportunamente («El mundo cambia velozmente. La Iglesia también. No debemos retrasarnos, como sucedió alguna que otra vez») los efectos que en su época provocó la descolonización. Era esta situación la que exigió ulteriormente el nuevo rol de la Iglesia delineado por Pablo VI en Nueva York. «Experta en humanidad», escribió Pablo VI  retomando la expresión usada en el año 1965 en la ONU, «la Iglesia, lejos de pretender mínimamente entrometerse en la política de los Estados, solo tiene ante sí un único objetivo: continuar [...] la misma obra de Cristo, venido al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar, no para condenar, para servir, no para ser servido». Por ello, el papa miraba «con gran simpatía y amoroso interés a las nuevas naciones que surgen en estos años».
La paz ocupó una posición central en Populorum progressio: la atención dedicada en la encíclica a los países en vías de desarrollo estaba conectada con la convicción de que en estos países se estaban jugando entonces los destinos de la paz mundial. Incluso más que los factores políticos o ideológicos, los equilibrios internacionales aparecían ante el papa, amenazados de hambre, injusticia, rabia, presentes en el Sur del mundo y de los cuales nacían rencor, resentimiento, desconfianza, animosidad hacia los países del Norte. Se coloca en este contexto la famosa frase «el desarrollo es el nombre nuevo de la paz». Es una sentencia todavía actual, si bien hoy cobra una nueva evidencia, esta vez en clave contraria y de forma negativa: el desarrollo es imposible sin la paz. Como ha dicho recientemente en Asís el papa  Francisco, «los conflictos no solo hacen absolutamente imposible alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible a nivel regional, sino que destruyen los recursos humanos, los medios de producción y el patrimonio cultural». Es la guerra, en definitiva, la causa principal de muchas pobrezas.
En los años sesenta, la cuestión crucial de redefinir las relaciones entre el Norte y el Sur del planeta debía tejerse con la dura contraposición entre el Este y el Oeste. La guerra fría constituía en este sentido un impedimento casi insuperable para realizar un nuevo diseño universal, capaz de incluir a todos los pueblos y de garantizar plenamente la paz. Emblemática aparecía a este propósito la guerra en Vietnam, donde las razones que sostenían la liberación de un pueblo de su largo pasado colonial se mezclaban con las del choque político-ideológico entre comunismo y anti-comunismo. Pablo VI se empeñó a fondo contra esta guerra, dirigiendo muchos llamamientos públicos por la paz y formulando proposiciones concretas de tregua. Muy intenso fue también su compromiso en el plano político-diplomático, si bien ello le costó muchas incomprensiones de parte de la diplomacia internacional por sus repetidas peticiones de interrumpir los bombardeos aéreos. El papa no dejó nada por intentar y sus mensajes llegaron, a través de variopintos canales, hasta Hanói. A pesar del rol dominante de la guerra fría en dicho conflicto, Pablo VI era consciente de que en el conflicto vietnamita se jugaban también otras cuestiones importantes y es significativa la insistencia del papa de promover en este lejano país, a través del Card. Pignedoli, el diálogo entre católicos y budistas, impidiendo así que la guerra cavara una fosa insuperable también entre las diversas religiones. También por esto, su compromiso por la paz constituye todavía hoy una lección muy actual, a pesar de que la guerra fría concluyera hace bastante tiempo.

 
4. Europa y la paz: la Conferencia de Helsinki 
Desvincularse de toda relación privilegiada con el mundo occidental, de lo que la Iglesia era habitualmente acusada, no significó para Pablo VI descuidar el rol que Occidente, y en particular Europa, podían y debían desarrollar en favor de la paz. Este papa aprobó y sostuvo el proceso de unificación europea con el objetivo prioritario de «promover y tutelar la paz». A partir de las inmensas ruinas provocadas por el conflicto (mundial), recordó muchas veces, se fue desarrollando el diseño europeísta promovido por De Gasperi, Adenauer, Schuman: en ellos, la tragedia de la guerra había suscitado un empuje audaz para realizar lo que, a la luz de la historia precedente, parecía imposible siquiera pensar: la definitiva pacificación franco-alemana. «Todos conocen la trágica historia de nuestro siglo; si una posibilidad existe de impedir que ella se repita, pues bien, nos será ofrecida por la construcción de una Europa pacificada, orgánica, unida».
Europa, además, no podía permanecer cerrada en sí misma: debía ponerse al servicio de la paz en el mundo. Citando a Juan XXIII, Pablo VI encuadró el interés de la Iglesia en relación al Viejo Continente en un más amplio horizonte de «caridad universal», en el contexto de ese diseño de paz al que ligó, en cierta manera, el sentido propio de su pontificado, una «visión [...] de la historia contemporánea» que «corresponde a aquel plan de unión y de paz en el que nosotros mismos nos hemos comprometido». El objetivo de una «Europa unida y pacífica», afirmó Pablo VI, representaba un «ideal importante» ya que respondía «a una visión, que nosotros consideramos moderna y sabia, del momento histórico actual, en el que los pueblos viven en una estrecha interdependencia de intereses entre ellos». Con respecto al «drama de los pueblos menos favorecidos», los privilegios de Europa constituían para los europeos un motivo serio de examen de conciencia. Algún año después se solicitó: «El Tercer mundo tiene sus ojos fijos en nosotros. [...] ¿Sabremos evitar el replegarnos de manera egoísta sobre nosotros mismos?».
El mismo rol de Europa en favor de la paz en el mundo chocaba, sin embargo, con la persistente contraposición entre el Este y el Oeste que tenía su epicentro justo en el Viejo continente. Europa, por ello, debía ayudar al mundo ayudándose a sí misma y viceversa: las divisiones que le afligían se proyectaban hacia el exterior, y afrontarlas significaría también absolver una parte de sus responsabilidades para con los otros pueblos. En 1968, justo después de la invasión soviética de Checoslovaquia, Pablo VI habló con preocupación de una «atmósfera tenebrosa en Europa que [hasta aquel momento parecía] al reparo de los dramáticos conflictos conocidos en otras regiones», pero afirmó que ello no debía «hacer renunciar a la esperanza de distensión y de paz». Las dificultades que encontraba la Iglesia se le presentaron, cada vez más claramente, como expresión de una crisis más profunda de todo el mundo contemporáneo. Por ello, le pareció que la Iglesia no debía replegarse a las opciones habituales, sino que los cristianos debían renovarse para ofrecer las respuestas que el mundo esperaba de ellos. Se mantuvo fiel al espíritu del Concilio, pero en el nuevo impulso que se percibía al interno de su pontificado a partir del '72-'73, se advierte un distanciamiento de un optimismo ingenuo y, a trazos, un tanto banal, mientras se acentuaba un sentido cada vez más claro de esperanza cristiana bajo el signo de la cruz. A partir de esos años, el papa parece animado por una nueva energía. Describió la Santa Sede como el robusto timón de la Iglesia en el mundo, y situó en Roma el centro histórico de gran parte del patrimonio espiritual europeo. Después de 1970, además, aunque no realizó ningún viaje intercontinental, su mirada se centró cada vez más en la realidad del mundo contemporáneo. Como ha sugerido Andrea Riccardi, Pablo VI «tuvo la percepción de un renacimiento [de la Iglesia], compartido por pocos [...]. Pablo VI sintió la fuerza consoladora de un pueblo creyente que trasciende los proyectos y el gobierno».
En junio de 1972, justo después de la cumbre entre los Estados Unidos y Rusia con la que se iniciaba la superación de las tensiones determinadas por la guerra del Vietnam, declaró: «El cuadrante de nuestra historia marca un tiempo [...] que parece propicio para la distensión, para la reconciliación, para la paz [...]. El mundo necesita la paz, la paz necesita el amor». Había que evitar el peligro que «la psicología de la humanidad» recayese «en la convicción pesimista de que la paz era imposible». «La paz es posible», afirmó notoriamente en un mensaje el 1 de enero de 1973, proponiendo una sugestiva comparación; al igual que había sido posible derrotar epidemias, analfabetismo, miseria y hambre, también se debía derrotar ahora a la guerra. El papa propuso entonces que las instituciones internacionales constituyeran el instrumento más válido capaz de realizar una paz estable en el mundo y la invitación a todas las naciones para que lo sostuvieran con más fuerza. «La Iglesia católica, por su vocación, es particularmente sensible a esta universalidad. Si la concertación mundial debiera ralentizarse o atrofiarse, dejando las grandes decisiones en las manos de dos o tres potencias, será ante nuestros ojos una regresión y una amenaza». En el décimo aniversario de Pacem in terris Pablo VI llamó la atención sobre las importantes intuiciones de su predecesor, subrayando entre otras cosas la relación entre paz y ecumenismo. En aquella ocasión, trazó un balance del camino recorrido en los últimos diez años, encuadrando su magisterio en la óptica de una pedagogía de la paz, y, pocos días después, evidenció que los Estados pedían a la Santa Sede una acción eficaz de orientación moral.
En este contexto, el beato Giovanni Battista Montini mostró una atención creciente por la celebración de la Conferencia sobre la seguridad en Europa, en Helsinki, en el año 1975, que comprendía a treinta y cinco países tanto occidentales como comunistas. Participó también la Santa Sede. El objetivo principal de la Conferencia era la estabilización definitiva de los límites surgidos tras la II Guerra Mundial, a partir de los existentes entre Alemania y Polonia, por los que Pablo VI se preocupó intensamente. El papa esperaba además que, más allá del Telón de Acero que seguía dividiendo a los Estados, pudiese prevalecer en Europa una enraizada y generalizada koiné cultural, impregnada de cristianismo, más fuerte que la acción disgregadora que los regímenes comunistas perseguían constantemente.  En los años sucesivos, la audaz decisión de Pablo VI de hacer participar a la Santa Sede en la Conferencia de Helsinki fue objeto de reservas y considerada por alguno como un signo de cesión al bloque soviético. Pero los documentos que han salido de los archivos soviéticos después de 1991 han revelado la profunda preocupación de la KGB por la Conferencia de Helsinki y por el proceso de distensión que le acompañó. Además, en la óptica universalista de este pontificado, la Ostpolitik montiniana -que tuvo en Agostino Casaroli a uno de sus principales realizadores- no acometió únicamente la relación entre la Santa Sede y los países comunistas en Europa, sino también el objetivo más amplio de la paz en el mundo entero, y entre sus motivaciones estuvo también la urgencia de cambiar profundamente las relaciones entre el Norte y el Sur del mundo.

 
5. Evangelización y paz 
En los primeros años de la década de los setenta, Pablo VI amplió su reflexión sobre la paz al terreno de la cuestión ecológica y a las amenazas sobre las fuentes de la vida, como el aire, el agua y los alimentos. El shock petrolífero posterior a la guerra del Kippur le hizo temer que pudiese explotar una lucha terrible entre las grandes potencias por los recursos necesarios para su propio desarrollo. A los temas ya tratados en los años precedentes se unieron también la tutela de las minorías étnicas y la oposición a políticas demográficas cada vez más penosas, el compromiso contra la tortura y en favor de la integridad física y psíquica de las personas. La batalla contra el hambre en el mundo, en tanto, regresó con fuerza para constituirse en una de las principales preocupaciones del pontificado.
Hay quien ha visto en el incesante compromiso de Pablo VI por la paz una manera indirecta de proponer nuevamente el rol de la Iglesia en la realidad internacional. Realmente, su planteamiento fue profundamente evangélico y no instrumental. Lo demuestra la conexión entre evangelización y paz que emerge con fuerza en los últimos años de pontificado. Como es sabido, la perspectiva de una "nueva evangelización" tiene raíces conciliares -es de Juan XXIII la imagen del Concilio como "nuevo Pentecostés"- y a lanzar esta expresión ha sido fundamentalmente Juan Pablo II. Pero se debe a Pablo VI haber colocado el argumento en las primeras preocupaciones de la agenda de la Iglesia. En los años setenta, de hecho, el papa Montini volvió a reflexionar de manera diversa y de forma más profunda sobre el conflicto entre el Norte y el Sur del mundo, al que desde hacía tiempo le parecía estaba ligado el futuro de la paz. Lo reinterpretó como conflicto entre una área rica, avanzada, siempre más consumista que, no obstante, a pesar del creciente bienestar, sufría la tristeza de un gran vacío, y la realidad de «muchas regiones» donde «la suma de sufrimientos físicos y morales se vuelve penosa: tanta gente hambrienta, tantas víctimas de combates estériles, tantos marginados». A pesar de las profundas diferencias entre estas diversas situaciones, en ambos casos prevalecía una angustia y un extravío en el que solo el Evangelio podía constituirse en auténtica respuesta. La evangelización, por ello, constituía también el camino hacia una paz verdadera y estable al enraizarse en el corazón del hombre.
En Evangelii nuntiandi, Montini anheló que «pueda el mundo de nuestro tiempo -que busca ya sea en la angustia, ya sea en la esperanza- recibir la Buena Noticia no de evangelizadores tristes y desanimados, impacientes y ansiosos, sino de ministros del Evangelio cuya vida irradie fervor, siendo ellos, en primer lugar, receptores de la alegría de Cristo». La alegría asumió una relevancia central en las palabras de este papa, a menudo descrito como hamletiano, triste, pesimista. Es el tema de Gaudete in Domino que precede en pocos meses a la Evangelii nuntiandi, ambas de 1975: la alegría de quien anuncia está ligada al contenido de cuanto es anunciado y el mundo necesita de evangelizadores creíbles de la "buena noticia". Ambos documentos aparecen después del Sínodo de 1974, donde las Iglesias no europeas hicieron sentir con fuerza su propia voz. Los delegados latinoamericanos, en concreto, llegaron a Roma tras un debate intenso e interno de sus Iglesias, y sus intervenciones se concentraron en las relaciones entre evangelización y promoción humana, en la religiosidad popular, en las relaciones entre diálogo y misión, en el rol de las comunidades de base como agentes de evangelización, en los problemas de los jóvenes. En el curso del encuentro, la impostación eurocéntrica fue superada por una vivaz discusión sobre cuestiones como la pobreza, la inculturación, el diálogo con las religiones, los contenidos de la evangelización y el pluralismo teológico. La asamblea en particular discutió la alternativa entre la instancia de preservar la evangelización del compromiso socio-político y la opuesta de unirla estrechamente al empeño político. El trabajo de la asamblea puso de manifiesto una pluralidad de orientaciones, y el relator, el Card. Wojtyla, propuso confiar al papa la síntesis. Nació así la Evangelii nuntiandi, que recogió las múltiples intervenciones sinodales fundiéndolas en una síntesis armoniosa, proponiendo una evangelización renovada en el estilo y en los contenidos, uniendo la alegría de quien anuncia a la riqueza del anuncio.
El Evangelio no se identifica con ninguna cultura, aclaró entonces Pablo VI, pero la evangelización «no puede no servirse» de las culturas. Evangelizar, añadió, no significaba únicamente predicar el Evangelio «en zonas geográficas cada vez más vastas o a poblaciones cada vez más extendidas», sino también «alcanzar y casi desconcertar mediante la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en oposición a la Palabra de Dios y al diseño de la salvación». Es necesario que el Evangelio descienda en profundidad a todas las diversas culturas y las transforme desde el interior. La exhortación apostólica clarificó, además, la relación entre evangelización y liberación, poniendo en evidencia los estrechos lazos antropológicos y teológicos que las unen. La evangelización no sería completa si no contemplase también la liberación del hombre de sus condiciones de pobreza y de sometimiento. Salvación y liberación no debían confundirse, pero tampoco podían separarse.
Evangelii nuntiandi constituyó un mensaje importante para aquellas Iglesias en las que muchas iniciativas favorecían una reducción de la evangelización al solo compromiso socio-político. Para Pablo VI la liberación evangélica no se agotaba en la liberación política,  y sobre la cuestión de la violencia manifestó claramente su condena. Pero, al mismo tiempo, la verdadera paz proporcionada por el Evangelio era incompatible con las condiciones de miseria, sufrimiento e injusticia en las que vivían grandes masas en muchos países del mundo: «Es imposible aceptar que en la evangelización se pueda o se deba descuidar la importancia de los problemas, tan debatidos actualmente, que afectan a la justicia, la liberación, el desarrollo y la paz en el mundo». Particularmente atenta a los argumentos expuestos por los delegados latinoamericanos en el Sínodo, Evangelii nuntiandi tuvo un fuerte impacto en América Latina, donde la violencia revolucionaria y la violencia autoritaria amenazaban gravemente la paz en aquellos años.
Ecos iluminantes de Evangelii nuntiandi, no por casualidad, se reconocen todavía hoy en muchos pronunciamientos del papa Francisco y, en particular, en Evangelii gaudium, en la que Pablo VI es citado explícitamente 26 veces (si bien las referencias implícitas a este papa son todavía más numerosas). De hecho, a la relación entre alegría y evangelización ya se remite en el título de la exhortación programática del papa Francisco, que retoma el nexo propuesto por la Gaudete in Domino de Pablo VI. La exhortación además se hace eco del magisterio de su predecesor cuando recuerda cómo la Iglesia católica ha «servido como mediadora para favorecer la solución de problemas relativos a la paz, la concordia, el ambiente, la defensa de la vida, los derechos humanos y civiles». Evangelii gaudium relanza también un tema muy apreciado por Montini al escribir que la Iglesia «está abierta a la colaboración con todas las autoridades nacionales e internacionales para ocuparse de este bien universal tan grande». «Exhorto a todas las comunidades -escribe finalmente el papa Francisco citando la exhortación apostólica de 1975- a tener una capacidad siempre vigilante para estudiar los signos de los tiempos».
La sintonía más profunda entre Evangelii nuntiandi y Evangelii gaudium emerge sobre todo en la unión, sostenida por ambas, entre evangelización y paz. Se lee por ejemplo en esta última que «Cristo ha unificado todo en Sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. El signo distintivo de esta unidad y reconciliación de todo en Sí es la paz. Cristo "es nuestra paz" (Ef 2, 14)». Al igual que el papa Montini, el papa Francisco está convencido de que el Evangelio habla a todo el hombre y a todos los hombres, y que el «anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis».
 
 
 
Madrid, 14 de octubre de 2016
Emmo. Sr. Cardenal Pietro Parolin
Secretario de Estado de la Santa Sede

jueves, 1 de septiembre de 2016

1 DE SEPTIEMBRE: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LA CREACIÓN

Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,

Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.

Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.

Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.

Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.

Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.

miércoles, 8 de junio de 2016

Esta mañana me ha llegado un whatsapp de un amigo, con el que integro en la Parroquia un grupo de oración y de colaboración en el Plan Diocesano de Evangelización, que ha programado el Arzobispo Carlos Osoro. En el whatsapp un vídeo muy bonito invitándonos a unirnos a las 13:00 horas con el Santo Padre en una oración común por la PAZ. ¡Qué maravillosos efectos tiene la oración! Me he apresurado a enviárselo, antes de que llegase la hora indicada, a una serie de amigos y familiares, para, de esa forma, poder estar todos unidos con un mismo deseo: la Paz.

Me gusta poner siempre la palabra Paz con mayúsculas, pues, creo que Paz es el resumen de todos los bienes que podemos alcanzar los hombres en esta vida. La Paz no es solamente una situación en que la guerra esté ausente. Es más. La Paz es la felicidad completa, fruto de un bienestar que los seres humanos sentimos cuando vivimos en armonía con la naturaleza, con los demás, con nosotros mismos y con Dios. No es, pues, nada fácil vivir y disfrutar la Paz, ya que siempre hay alguna nota que desentona en la armonía que debemos vivir en esos planos indicados. Siempre tenemos que estar alerta y luchar por conseguir la Paz, pues, siempre nos falta algo en alguna de esas relaciones que hemos descrito.

La Paz no sólo conlleva felicidad, sino también Salud. Salud material y espiritual, de todos los bienes. Eso es lo que implica y significa el saludo de los árabes, el "salamalec".

La Paz comporta, también, justicia. Paz es lo que está bien; en contraposición a lo que está mal. Dice el profeta Isaías, "No hay paz para los malvados" (48,22), sin embargo, "ved a hombre justo: hay una posteridad para el hombre de paz" (Salmo 34,15).  La paz es el cúmulo de todos los bienes que implica la justicia: "Tener una tierra fecunda, comer hasta saciarse, vivir en seguridad, dormir sin temores, triunfar de los enemigos, multiplicarse, y todo en definitiva porque Dios está con nosotros" (Lev 26, 1-13). Vemos, ahora, cómo la Paz no es una mera ausencia de guerra, sino plenitud de dicha.

Pero, para los cristianos la Paz es todo eso y, además, se encuentra y descubre en una persona: Jesucristo. Cristo nos descubre que la Paz no es sino la salvación, la plenitud que Dios nos ofrece en Cristo Jesús. Él es nuestra Paz, Él es nuestra salvación. Cristo es nuestra paz, pues, en Él Dios "reconcilió a los dos pueblos uniéndolos en un solo cuerpo" (Ef 2, 14-22), "reconcilió a todos los seres creados consigo, tanto a los de la tierra como a los del cielo, haciendo la paz por la sangre de su Cruz" (Col 1,20). Estamos, todos, unidos en Paz, en un mismo cuerpo, en Cristo Jesús. La Paz, Cristo, reina en nuestros corazones, gracias al Espíritu que crea en nosotros un vínculo sólido, el vínculo de la Paz.

miércoles, 10 de febrero de 2016



Quiero empezar este nuevo blog, coincidiendo con la nueva situación existencial que se ha dado en mi vida: la jubilación. Si en el Evangelio se nos anima diciendo "a vino nuevo, odres nuevos", aplicaré aquí esta máxima y a este tiempo nuevo que he comenzado quiero dedicar, también, un blog nuevo.

Esta novedad no implicará  romper total y absolutamente con el estilo de mi antiguo blog (elblogdromanencabo), pero, sí cambiará, posiblemente, algo sus contenidos. Se irá viendo en su devenir.


Quiero tener aquí, al comienzo de esta andadura, un recuerdo agradecido y obligado a mis padres, Bonifacio y Eustoquia. Dos buenísimas personas, naturales ambos de Navarredondilla (Ávila), que no solamente me dieron la existencia sino que, también, dejaron en mí unas raíces profundas de religiosidad, de ética y de responsabilidad social.

Agradecimiento también a mi pueblo natal y a sus gentes. Para ellos siempre mi más cálido recuerdo y agradecimiento por haber sido para mí el lugar más bonito donde pasé los años de mi niñez y juventud, de los que guardo una gratísima memoria.


Finalmente, mi gratitud para mi mujer, María Jesús;  para mis hijos, Juan Jesús -y su esposa Patria- y Rebeca y, como no, para Rodrigo mi nuevo nieto, que es el sol que Dios nos manda para iluminar con sus rayos el atardecer de estos últimos pasos.